Hay dos temas sobre la mesa que copan artículos, podcasts y publicaciones de redes sociales últimamente. Dos temas sin aparente relación que no pueden estar más conectados.
Por un lado, parece que por fin se empieza a hablar de salud mental sin complejos, sin miedo a ser juzgado, casi con la misma naturalidad que reflejamos al hablar de la salud física. Por el otro, en el ámbito anglosajón se ha empezado a consolidar un concepto tan polémico como obvio: el «quiet quitting» o «renuncia silenciosa».
Si has tenido la fortuna de esquivar el aluvión de publicaciones sobre este asunto, aquí mi resumen: hay un movimiento en Estados Unidos, abanderado por influencers varios, que reclama a la gente trabajadora hacer aquello para lo que se les contrató y nada más. Qué loco, ¿eh? Llaman «renuncia silenciosa» a lo que debería ser una obviedad: medir bien tu implicación en el trabajo, poner límites para equilibrar tu vida y tener tiempo para otras cosas. Sin embargo, hay algo que me hace removerme en la silla. Algo que tiene que ver con mi experiencia personal, fruto del sesgo que me brinda el privilegio de pertenecer a un sector ambicioso y en buena forma, aunque espero que sea útil igualmente.
Creo que existe el riesgo de dejar pasar una oportunidad preciosa para cambiar el significado que tiene el trabajo en nuestras vidas.
Vivimos en una sociedad trabajo-centrista que trata de definirnos por lo que somos capaces de generar. Piensa: ¿cuánto tardas en preguntar “a qué te dedicas” cuando conoces a alguien? Apuesto que poco.
Esto implica en muchas ocasiones que el trabajo sea sinónimo de seguridad, de identidad, de reconocimiento y de una sensación demasiado parecida a la felicidad. Si el trabajo está bien, todo lo demás es llevadero. Algo así como un bálsamo que alivia todos nuestros males. Un bálsamo que en grandes dosis se convierte en un veneno peligroso.
Cuando vinculamos nuestro bienestar a una sola cosa externa, al trabajo en este caso, los problemas de salud mental están garantizados. Ante esta situación, la reacción evidente es pensar que hay que poner límites. Arrinconar al trabajo en el sitio que le corresponde y asegurarnos de que no traspasa las fronteras que trazamos. Quiet quitting.
La necesidad de redefinir
Por supuesto, no tengo intención de ir en contra de este planteamiento. Sí que me gustaría añadir una segunda parte que considero aún más importante: no basta con marcar límites y medir nuestra implicación en el trabajo, tenemos que ser capaces de redefinir qué significa el trabajo para nosotros.
Y aquí tenemos dos opciones: o nos resignamos a que vivimos en un sistema que nos obliga a trabajar casi la mitad de nuestras horas conscientes, o tratamos de darle la vuelta y entender que el trabajo es una buena herramienta para contribuir a tener una vida plena (aunque solo sea por el tiempo que ocupa de nuestro día a día).
Personalmente, me decanto por la segunda. Y me enorgullece decir que comparto mi día a día con gente que piensa parecido.
Hace tiempo que en Soluble perseguimos que el trabajo contribuya a tener una vida plena. Que ayude a que seamos felices dentro, pero sobre todo, fuera de la jornada laboral. No sólo en nuestra empresa, sino en todas las de nuestros clientes.
Tener claros los porqués
Lo primero que se necesita para conseguir algo así es ser consciente de las motivaciones personales de cada uno. Una de las primeras preguntas en todos los procesos de selección es fundamental: “¿qué te motiva a levantarte por las mañanas?”.
Lo segundo es alinear esas motivaciones con el propósito de la empresa a la que le estás alquilando tu tiempo. ¿Perseguís objetivos similares? O como poco compatibles. Si no, es hora de buscar un nuevo trabajo.
Y desde el punto de vista de la empresa la lectura no es muy distinta. Cuando una compañía tiene claro por qué y para qué existe, es mucho más fácil contar con un equipo alineado que entiende a qué está contribuyendo y desempeña sus tareas de forma eficaz. Que el trabajo no sea lo más importante en la vida de nuestros equipos sólo trae cosas buenas, para ellos y para el negocio.
Ojalá estos tiempos de incertidumbre que vivimos consigan que más organizaciones inviertan en marca para entender por qué y para qué existen. Ojalá cada vez más personas vayan a terapia para descubrir cómo quieren vivir. Ojalá podamos aprovechar esta oportunidad silenciosa.