Parte del trabajo de construcción de una marca consiste en definir su personalidad. Pensar en una nueva marca como si fuera una persona nos ayudará a imaginar cómo se comportará, cómo reaccionará, cómo hablará… Pistas para resolver cada punto de contacto.
Esta forma de abordar la definición (o re-definición) de una marca, tiene una consecuencia aún más importante: al atribuirle características humanas, estaremos propiciando que se establezcan vínculos emocionales de forma más natural con las audiencias.
Lo cual nos lleva a la siguiente reflexión: Si una marca nace, crece y se relaciona, ¿también muere? ¿Para qué invertir en la construcción de una marca si es probable que acabe muriendo? ¿Y adónde van las marcas que mueren?
Jorge Manrique en las “Coplas a la muerte de su padre” hace referencia a lo que llama la vida de la fama. La vida que hay justo después de la muerte donde queda el recuerdo, la admiración y la memoria; fruto de una vida terrenal plagada de hazañas y reconocimiento. La consecuencia de vivir con valores y tratando de tener un impacto positivo.
Tal vez, las marcas de compañías que desaparecen solo mueren si las olvidamos. Si no significaron nada para nosotros y no añoramos contar con ellas. Como responsables de la construcción de una marca, debemos aspirar a que ésta sea recordada. A que sobreviva incluso a la desaparición del producto o servicio para el que nacieron.
Y tú, ¿qué marca desaparecida recuerdas con cariño?
Ismael Barros
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