Dentro del día a día de Soluble, una buena parte de mi trabajo consiste en definir nuevas oportunidades con quienes llaman a nuestra puerta con interés por lo que hacemos y por cómo lo hacemos (las cosas van especialmente bien cuando predomina lo segundo).
En una de estas conversaciones recientes, con uno de los proyectos más atractivos que nos hemos encontrado últimamente —empresa tecnológica cotizada revolucionando un sector oxidado—, la charla derivó hacia una especie de entrevista de trabajo donde surgió una pregunta que me dejó pensando un rato que para mí fue eterno.
Una de esas veces que te invade la sensación de no poder dudar, de tener que contestar rápido y bien porque la respuesta debería ser inmediata y casi obvia. Sacada del zurrón de anécdotas recurrentes que siempre llevas a este tipo de reuniones.
La pregunta en cuestión fue: ¿qué proyecto vuestro dirías que no ha salido bien y por qué?
Ostras.
La principal ventaja de trabajar para ser y no para parecer es que es muy fácil y eficiente afrontar situaciones que a priori podrían ser incómodas. Al fin y al cabo se trataba de algo que podríamos calificar como reunión de ventas o similar, por lo que los riesgos asumidos según la respuesta podrían no ser pocos.
Sinceramente no tengo ni idea de si, a juicio de los interlocutores, respondí correctamente. Tengo claro que no me fue fácil contestar y que me tomé mi tiempo. Tiré de muletillas de relleno mientras repasaba los... ¿más de cien? proyectos hechos durante los últimos cinco años. En ningún momento me pidieron dar detalles o nombres, pero buscando proyectos concretos que "no salieran" (matizaron) no se me ocurrían. No se me ocurrieron. Igual tengo una memoria especialmente selectiva, pero diría que siempre sale. Siempre salimos. El propio proceso de Soluble, que por naturaleza —y sentido común— involucra al cliente desde el principio y construye desde dentro para proyectar hacia fuera, es garantía de que siempre se salga. Evitamos el factor sorpresa desagradable y nos reservamos el efecto wow para ocasiones contadas. Intentamos ser lo más predecibles posible durante el desarrollo de procesos complejos. Justamente esto hace que todos los proyectos lleguen a algún puerto. Quizás no siempre al mejor, pero siempre a alguno.
Ahora bien, si rascamos un poco más y nos quedamos con esos proyectos que no salieron al máximo nivel o que no nos dejaron plenamente satisfechos, encuentro un par de denominadores comunes íntimamente relacionados. El primero tiene que ver con la congruencia. Con nuestra confianza y respeto hacia lo que hacemos y hacia cómo lo hacemos. En el momento que cedemos un puntito de más, que renunciamos a alguna pieza clave del proceso, que decimos sí donde tendríamos que haber dicho no, empezamos a escribir torciendo el renglón.
Y el segundo tiene que ver con las personas y con las relaciones, muy en línea con la congruencia. Tiene que ver con la autenticidad, con poder ser y con ese vínculo que creamos en la inmensa mayoría de los proyectos, esa relación de confianza que nos permite relajarnos y disfrutar trabajando y proponiendo. Ese afecto entre la gente de un lado y de otro que crea una atmósfera donde poder ser sin miedo.
Cada vez tengo más claro que todo esto sólo tiene sentido por la gente. Por las relaciones y el afecto. Que aquí estamos cuatro días y no hay hito de negocio que se pueda comparar con un «qué tal estás» sincero o un «qué alegría verte».
Estamos construyendo algo muy bonito y poderoso. Y este proyecto sí que va a salir bien.
Ismael (gracias a Javier)
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